21 de julio de 2017

Guerras

Son tantas las cosas que no puedo decir, las cosas que si digo de una no funcionan porque todos escuchamos por sobre todo lo que queremos escuchar. Son días, semanas de ahogarme en palabras. Son semanas de estar adentro, de entender que todo lo turbio tiene que salir a la luz, tiene que ser lo que sea, tiene que sangrar para que mañana vuelva a ver las cosas de una forma piola.
No me gustan las discuciones, me sacan la energía, las ganas de existir, las ganas de darle la vuelta a las cosas, me sacan las ganas de encontrar cosas ocultas. Me llenan de ganas de mandar a la mierda a todo, a todos, y a cada puta partícula de mí que esta peleando.
Y sin embargo, este año me cagué a palos con la vida, me peleé con todo lo que conocía, me dieron ganas de matar mucha gente, de llorar mucho (y lo hice), de gritarle a las personas en la calle por el simple hecho de existir en un momento donde no quiero que nada exista sino me va a ayudar a entender un poco más al mundo, o a mi mente, que para el caso vienen a ser lo mismo.
Hay tanta gente con miedo de ser, que a mi me está dando miedo ser una de esas personas, no dejarme escaparme lejos de todo lo que me pinta hacer y decir, y vivir.
No puedo ser lo que esperás, eso no corre en mi sangre, yo soy otra cosa, yo estoy en otro momento. Soy joven y quiero vivir eso como lo que es, un momento para respirar a mil, correr por la calle cagandome de risa, cruzar avenidas sin mirar, para llegar tarde, para dormir poco aunque no haya salido de mi casa, para entender que en las noches eternas se dan cosas que en el día no pueden surgir. Es lo que me queda por ver antes de empezar a ver todo de otra forma, antes de planificar y suponer, antes de dejar todo por algo. Yo no funciono con tus relojes, con tus taras, con tus deberes, yo no tengo tu sentido de responsabilidad, y no lo quiero tampoco.
No le tengo miedo a fallar en muchas cosas que se pueden resolver, lo único que me da miedo es fallar en algo en lo que creo ser buena, y entonces me rigo por lo que supongo ser, y desperidicio, si, muchas cosas: tiempo, momentos, palabras, personas, lugares, experiencias. Derrocho todo eso como si mañana no me fuera a faltar porque lo siento como si mañana no me fuera a faltar. Puedo entender que no lo veas así, puedo entender que las cosas que te mueven siempre hayan guiado a tu mundo, puedo entender que tengas miedo de parar porque algo en vos supone que no vas a arrancar de nuevo, pero no pongas eso en mí.
No me quiero levantar temprano, dormir mucho y bien, no necesito o creo necesitar comer sano. No busco equilibrio porque soy la cara del desequilibrio y siempre lo fui, porque soy las contradicciones y los extremos que amo a morir, hasta morir. No busques camabiar eso de mí. Si yo eligo cambiarlo es cosa mía, pero tenes que dejar de poner disciplina y orden en mí ser, porque no soy eso. Porque dudo seriamente que vos lo fueras a mi edad.
No puedo putearte porque el amor que te tengo es superior a eso, es superior a hacerte sentir mal. Pero no quiero sostener este juego absurdo en donde vos supones que tenes poder sobre la forma en que yo veo la vida, y yo te dejo tenerlo. No sos mi mamá aunque te sienta como una. No dejo ni que mis viejos alteren mi dinámica, mucho menos voy a dejar que vos lo hagas.
No es que sea una pendeja desagradecida. Es que soy una persona cansada, una mina que no da más de escuchar como todos hacen todo mal, y de ver como algo de tu ego se eleva por sobre todo. Yo puedo jugar guerras tan bien como vos, vos me criaste en el arte de valorar lo que sos, y lo que haces por sobre las miradas, pero vos te ahogas en esas miradas porque necesitas suponerlas, necesitas esa regulación de otro que te condene. Y yo suelo necesitar tu mirada, pero hoy no la quiero aunque me persigas con ella en la mano. Hoy quiero que la única mirada que me quede sea la mía, porque me estoy pudriendo de pedir opiniones y el día menos pensado prendo fuego todo con tal de saber que es algo que salió de mí.

3 de julio de 2017

Casas

Las casas tienen corazones propios, tienen pulso cardíaco, escuchan y sienten como las personas que las habitan, y definen sus silencios y rutinas. A veces es un reloj en el medio de del living, o en la mesita de luz, otras es una estufa o heladera que hace ruidos de a ratos, que marca y busca llenar un vacío pero a su vez es cómplice del mismo.
Nunca sabes que es hasta la primera vez que te despertas un domingo más temprano, y en vez de prender todo y ponerle play al día, te hundís en su modorra y te dejas conquistar por tu casa.
Es el ruido a tarde de feriado, a los vecinos saliendo, entrando, limpiando, cantando y moviéndose por todo el enorme esqueleto que es tu edificio. Y no sabés, no entendes ni buscas explicación para todos los sonidos de tu casa, porque sería como calcular los latidos de alguien que amas, y buscar en eso la razón de porque se aman.
No tiene lógica, sino compases, y la verdadera magia empieza cuando te dejas perder en ellos.

Lindo es...

Sin que me de cuenta para nada, empezó julio. Y me toca hacer mi entrada de todos los años sobre julio. Ya a esta altura saben que la suerte me regaló un chiste sobre este mes, que lo hizo tener una actitud positiva siempre.
Curiosamente después de dos semanas de terremotos y fuerzas, de matarme haciendo cosas de la facultad, y de tener unas tremendas charlas con amigos, vino una semana más de paz, hacer sociales y volar de la mano con los que amo.
Hablando horas de madrugada saque en limpio muchas cosas sobre mí misma, sobre como funciono, sobre como me llevo con los demás y por qué, y también me jugue un poco a salir de los esquemas y hacer cosas que me dan miedo aunque nunca me alcancen las palabras para justificar porque.
Y caí un poco en cuenta de que siempre hay alguien más mambeado que uno. Yo siento que estos meses me regalaron una crisis existencial, pero el bello resultado de eso es que me quedo con mi forma de ver el mundo, me quedo con las personas que me bancaron estos meses de odios y furias, y me quedo con que amo mi caos. Amo cada pedazo de ese caos que soy, amo pensar todo muchisimo, amo dudar de hasta mi sombra, amo saber mucho de las personas, y tener muchas teorías sobre ellas, sobre hasta donde puedo presionar, hasta donde preguntar, sobre como estar sin forzarlos, sin lastimar esas heridas que yo sé que no llevan mi nombre ni mi marca, y que les pertencen solo a ellos/as.
Después de darme cuenta de como me conozco, de como sé, de como muchos quieren saber y no saben, y muchos otros creen saberlo todo y no se dan un puto lugar a dudar de nada, de como todos vamos reolviendo como nos sale. Después de tanto, solamente me queda pensar en que estoy mejor de lo que suponía, me siento confiada, fuerte, y estoy tratando de tomar todas las decisiones porque sé que es la única forma que me queda de que nadie decida por mí.
Los 21 me trajeron la adultez, las peleas y quilombos me trajeron la tristeza que necesitaba para poder entender esa adultez, y las personas que el camino me cruzó y que no deje que se pierdan, me trajeron la paz y el tiempo que necesitaba para que todo eso tuviera algún sentido.
Lindo es saber que le encuentro un sentido a todo.
Lindo es saber que no me asustas, y que puedo trascender a tu existencia.
Lindo es saber que me mirás y te miro, y muchas veces no hace falta nada más.
Lindo es saber que tengo la paciencia para esperar el momento justo de la apuesta.
Lindo es pensar que falta poco, aún sabiendo que no es así.
Lindo es sentir que el invierno tuvo mucha luz, muchas noches de luces eternamente prendidas.
Lindo es saber que te superé materia de mierda, que me consumiste pero yo te gané.
Lindo es sentir que nos comemos el mundo, aunque la realidad nos apunte a matar.
Lindo es saber que es Julio, con J de juntos.